En toda mi trayectoria dirigiendo mis propias empresas he pasado muchas, muchas, muchas etapas en las que mi personal no rendía como yo quería, y la productividad brillaba por su ausencia.
Y ha sido por muchas razones diferentes.
Casi todas provocadas por mí mismo.
Pero hay una en la que he caído varias veces, y que si no hubiera tenido a mi lado gente de confianza que se encargara de recordármelo, no sé yo si hoy estaría aquí.
Se trata del cómo pedía las cosas.
Y no hablo de si era claro o no, que de este tema también comentaremos en algún momento.
Hablo de la forma en sí.
Te pongo un par de ejemplos que para mí han sido situaciones reales, pero que seguro que tú también has vivido, si no iguales, muy parecidas.
Por ejemplo, dirigirte con prisas a algún lugar, y al pasar por el lado de la mesa de un trabajador, ver que está haciendo algo que piensas que se podría hacer mejor.
Y sin detenerte apenas, le dices: “Eso no va a funcionar. Cámbialo”.
O…
Enviar un email así:
“Hola,
necesito las ventas de la semana pasada para ya. Envíamelas cuanto antes.
Gracias.”
Seguro que piensas, al igual que yo, que podría haber pedido las cosas con un tono más “dulce” y educado, y dando más explicaciones.
Pero también es verdad que en realidad no está mal dicho, y tampoco se ha faltado al respeto de nadie.
Además, ¿Quién puede andarse con rodeos e historias cuando no hay tiempo que perder?
Cuando tienes la agenda a reventar, tu correo electrónico echa humo, o cuando tienes un cliente importante esperando un presupuesto desde hace días.
Nadie.
El problema es que tus empleados son personas y parte de tu trabajo es lograr ser un líder respetado.
Y para ello la forma de decir las cosas sí es importante.
Aquí no se trata de ver si tú estás equivocado o no, porque “decir las cosas como son” puede ser una gran ventaja cuando lideras personas.
Y comunicar claramente lo que quieres y necesitas de tu gente, y por qué, hace que todo sea más eficiente.
Además, es mucho mejor no camuflar los comentarios críticos dándoles a los empleados una orientación vaga, o estableciendo expectativas poco claras.
El problema surge cuando pasas “sin querer” la línea de ser directo, y te conviertes en estúpido.
Algo que es muy típico en los empresarios nóveles que no han dirigido nunca personas y lo que intentan es mostrar autoridad y al mismo tiempo formar una relación de confianza.
Al final, lo que te quiero hacer ver con esto, es que si eres demasiado duro puedes terminar haciéndote más daño que bien, porque torpedearás la oportunidad de una colaboración positiva.
Y si además, pasas del buen rollo a la desconsideración, tu gente acabará sintiéndose frustrada y herida y eso les llevará a desconectar y estar desmotivados.
A mí me pasó.
Varias veces.
El estrés, el agobio y el exceso de trabajo hacía que me olvidara de ser un líder como el que buscaban mis empleados.
Y mi coste era, en cada ocasión, la bajada de la productividad.
O sea, que mi creencia de que por correr más todo iba a ser mejor me generaba todo lo contrario.
Así que piénsalo.
Si cometes los errores que cometía yo, o tienes una bajada de la productividad de tu personal y/o los ves “raros” para contigo, analiza el cómo les pides las cosas.
Incluso pregúntale a alguien de tu confianza y que te diga las cosas como son.
Porque en realidad, la diferencia de tiempo entre pedir las cosas de una manera o de la otra, apenas se nota, pero no hacerlo como toca, puedes estar seguro de que sí lo notará tu bolsillo.
¡Disfruta del día!
Rafael Valero
PD – Dirigir personas es, con diferencia, la parte más difícil de la gestión de una empresa.