Hay veces que ponemos tanto empeño en lograr que nuestros empleados sean más productivos, que en lugar de eso lo que conseguimos es todo lo contrario.
Porque para que un empleado sea más productivo tiene que querer.
Y para que quiera tú has de poner de tu parte.
Pero para que entiendas esto mejor, te voy a contar una historia personal que viví en mi primer trabajo serio.
Verás, cuando tenía 16 años me contrataron como ayudante de camarero en una cafetería de alto standing.
De esas en las que los camareros van de punta en blanco y los clientes que van son ricos y gente “guay».
Pues bien, cuando me contrataron me dijeron que mi trabajo iba a ser dar apoyo a los camareros.
En concreto, tenía que estar en el almacén preparándolo todo para que no faltara nada a los camareros, y una vez que acabara, saldría a la sala a ayudarles y atender clientes.
Como te podrás imaginar, yo en aquel entonces no sabía ni de eficacia, ni de productividad, ni de nada de nada.
Pero lo que yo entendí es que si hacía mi trabajo rápido y bien saldría a la sala.
Y sé que parecerá una tontería, pero me hacía mucha ilusión salir con mi americana francesa y mi pajarita a la sala donde estaban los clientes.
¿Pero qué pasaba en realidad?
Pues que por mucho que corriera o hiciera bien mi trabajo en el almacén, nunca me sacaban afuera.
En cambio, cuando le decía al jefe que ya había acabado, me asignaba otra tarea en el almacén.
Unas veces era barrer, otras contar botellas, y muchas otras seguir moviendo cajas.
Al principio pensé que lo hacía porque era novato, pero después de unas cuantas semanas lo de novato ya no valía.
Y supongo que sus razones tendría, pero yo como empleado me sentía engañado.
Viendo eso, para mí ya no tenía sentido seguir esforzándome tanto para que me dieran trabajo del bueno, si lo que me daban a cambio era más trabajo del “malo”.
¿Y qué consiguieron?
Pues que dejara de ser tan eficaz.
Porque si a cambio de trabajar bien no me daban mejores tareas, tampoco me daban mejores horarios, y el único extra de sueldo que podía sacarme dependía de las propinas, y sólo se repartían entre los que atendían clientes…
Pues ¿para qué esforzarme si el premio era un castigo?
Así que empecé a tomarme mi trabajo con muchísima más tranquilidad.
Cumplía, pero sin prisa ni esfuerzo.
A donde quiero llegar con esto, es que si tú piensas que porque tus empleados estén ocupados todo el tiempo van a ser más productivos, estás muy equivocado.
Entre otras cosas porque su productividad no depende de que no paren de trabajar, sino de que lo hagan con eficacia y efectividad.
Además, si se da el caso de que se te queda parado el personal, quizá el problema está en que no has medido bien el personal que te hace falta, o no has hecho bien el reparto de tareas.
O lo que también es posible, que tengas un empleado muy productivo en potencia.
Así que no lo castigues por ser eficaz y piensa cómo puedes premiar su esfuerzo y dedicación.
Disfruta del día!
Rafael Valero
PD – Menos mal que soy inconformista, porque lo que me estaban enseñando en aquella cafetería es que el esfuerzo no tiene premio.