Yo tengo una manía.
Una manía que cada día estoy más convencido que he de erradicar.
Sobre todo porque me frustra.
Verás.
En ocasiones.
Muchas ocasiones.
Cuando me reúno con algún empresario conocido, aunque también lo hago con algunos a los que no conozco tanto, no puedo evitar darle consejos que no me ha pedido.
– Qué si qué cambios podría hacer en su web
– Qué si qué publicar o no en las redes sociales
– Que si cómo gestionar mejor sus tareas
– Que si cómo hacer que sus empleados funcionen mejor
Y cualquier cosa que vaya acorde a la conversación que estemos manteniendo.
Yo lo hago porque de alguna manera me han dejado entrever, o me lo han dicho directamente, que no les va todo lo bien que les gustaría.
Y lo que quiero es echarles una mano.
Es algo que va conmigo.
No puedo evitar ayudar a los que lo necesitan si yo sé cómo solucionar su problema.
Además, a mí me hubiera gustado que lo hicieran conmigo cuando empecé, o cuando los resultados no eran buenos.
Pero insisto en que en ningún momento me han pedido que les ayude.
Y aquí es donde está quid de la cuestión.
Porque sabiendo que a lo que me dedico es a ayudar a empresarios, cualquier cosa que les dijera podrían, como mínimo, hacer un pensamiento sobre ello.
Sin embargo, y salvo raras excepciones, lo que me encuentro generalmente es que no lo tienen en cuenta.
Esto me lleva a pensar que el no haber solicitado mi ayuda puede ser por 2 razones.
La primera, porque saben que cobro por eso.
Y no barato.
Y quizá, solo quizá, creen que si se lo estoy dando gratis es porque no es suficientemente bueno.
Y la segunda, que es por la que yo más me decanto, porque en realidad no quieren que les de mis consejos y opiniones.
Lo único que buscan es alguien que entienda lo que dicen para poder quejarse y llorar.
Sea por la razón que sea, yo no hago más que decirme lo mismo.
«Rafa, tienes que dejar de hacer eso»
Nadie ha pedido tu opinión, así que guárdatela para los que la pagan y se acabará la frustración.
¿Qué quiero enseñarte con esto?
Pues que lo gratis no se valora.
Que las personas no apreciamos aquello que no nos cuesta nada.
No estoy diciendo que no puedas tener detalles y hacer regalos.
Me refiero a que no trabajes gratis.
Ni para clientes.
Ni para conocidos.
Y mucho menos para amigos.
No trabajes gratis nunca.
Tú siempre has de percibir algo a cambio de lo que hagas.
Puede ser en formato de dinero, de comida, o de lo que más rabia te dé.
Pero para la persona o empresa para la que hagas lo que sea que hagas, debe tener un coste.
Porque si no, pensarán que para ti no supone gasto o esfuerzo, y, por lo tanto, no le darán el valor que merece.
Y tanto el servicio o producto, como seguramente tú, quedaréis desmerecidos.
Disfruta del día!
Rafa Valero
PD – ¿No te ha pasado nunca que un buen amigo, familiar o cliente de confianza ha contratado a otro para que les haga exactamente lo mismo que tú haces?
Pues ya sabes por qué.